26 de diciembre de 2017

Wonderstruck de Todd Haynes: Un guión que no está a la altura de su puesta en escena





Dos años después del estreno de Carol, la melancólica y punzante historia de amor homosexual que completaba el díptico comenzado con Lejos del Cielo, Todd Haynes decidió cambiar de tono y registro. El resultado es Wonderstruck, adaptación de la novela ilustrada de Brian Selznick, autor adaptado también por Martin Scorsese en su película Hugo. Al igual que esta última, los protagonistas de Wonderstruck son niños. Unos niños de dos épocas diferentes, pero problemas similares cuyo devenir discurre en paralelo hasta confluir en un acto final.






Haynes demuestra de nuevo su dominio de la puesta en escena, en sendos homenajes al cine mudo y al mood del cine de los 70, llevándolo mucho más allá de lo que es el mero homenaje superficial, dotando a ambos universos de la poesía y el alma de la obra de Haynes, alejándose de los universos de Sirk. A cambio, Haynes, apoyándose en la sordera de ambos protagonistas, innova en su producción de sonido, siendo la ausencia o aparición del mismo, lo que modela el ritmo de la narración y sus altibajos emocionales.






En los dos primeros actos, Haynes plantea y plasma en pantalla dos líneas temporales y argumentales repletas de misterios y que se suponen enlazadas la una con la otra, a través de un montaje que juega a través de mimetismos y coincidencias que viven los dos protagonistas de la historia, embarcados cada uno de ellos y por circunstancias distintas, en una odisea para encontrar unos lazos parentales de los que han sido desprovistos.








El problema, que el guión del propio Selznick es equívocamente confuso, siendo una baza en su primer y mejor acto, pero que una vez revelado su significado hace avanzar a la narración de manera abrupta para acabar desembocando en un acto final, donde el exceso de sobreexplicación, paliado por una visualmente bella escena donde la historia se desgrana a través de una maqueta de la ciudad de Nueva York, desvela que el ejercicio de estilo planteado por el cineasta, quizá uno de los mejores del año, queda disminuido por una historia que no está a la altura de lo plasmado por su director.

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